¿Las escuelas son para educar?

Cuando pensamos en la escuela, solemos asumir que su misión principal es educar. Sin embargo, la realidad diaria muestra que esta función no siempre se cumple de manera equilibrada. La escuela debería ser un entorno de crecimiento integral —intelectual, social y personal—, pero a menudo queda atrapada entre presiones externas, currículums extensos y debates sobre qué significa realmente “educar”.

1. Instruir no es educar

La escuela tradicional ha dado prioridad a la transmisión de conocimientos (matemáticas, lenguas, ciencias…) como si aprender fuera únicamente memorizar y repetir. Esta visión deja poco espacio a habilidades profundamente educativas: pensamiento crítico, empatía, creatividad o resolución de conflictos.

Así, muchos estudiantes salen sabiendo resolver ecuaciones, pero no siempre sabiendo convivir, decidir o gestionar sus emociones.

2. La socialización escolar… ¿siempre positiva?

La escuela socializa: enseña normas, relaciones, roles, maneras de convivir.
Pero esta socialización no es automáticamente saludable. En algunos casos aparecen dinámicas de exclusión, competitividad nociva o presión del grupo. Sin una intervención intencional, la socialización puede reforzar desigualdades o estereotipos.

Por eso, socializar “bien” no es opcional: requiere planificación, pedagogía y coherencia.

3. Currículums modernos, prácticas antiguas

Aunque el currículum por competencias promueve aprendizajes significativos, muchos centros continúan evaluando como hace veinte años: exámenes memorísticos, tareas repetitivas y poca conexión con la vida real.
La distancia entre teoría y práctica genera frustración tanto en profesorado como en alumnado.

4. Falta de tiempo real para educar

Educar de verdad requiere tiempo: escuchar, reflexionar, atender individualidades, acompañar procesos personales…
Pero entre burocracia, ratios elevadas y currículums interminables, ese tiempo suele desaparecer.

Se educa “cuando se puede”, no cuando se debería.


Comentarios

Deja un comentario